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UN ASUNTO DE VIDA O MUERTE

Alertan las cifras de la violencia[1], del embarazo adolescente[2] y de la desocupación[3]; problemáticas que impactan desproporcionadamente en la vida de las mujeres. Las cifras de la violencia nos “hablan”. Cada una de las muertas, las desaparecidas o las maltratadas nos habla de la desidia estatal para erradicar esta pandemia. Nota para la Revista Digital sinmiga.com

Por Soledad Deza

La impersonalidad de las cifras toma cuerpo cuando se advierte que detrás de cada número hay una vida. Las políticas neoliberales despersonalizan, pero el movimiento de mujeres pugna en sentido contrario porque cada una de esas víctimas de violencia, cada una de esas niñas madres y cada una de las mujeres precarizadas o despedidas forman parte una estructura que odia y mata en privado, pero con herramientas políticas: el Patriarcado.

Me detendré en el tema de violencia por ser, quizás, el más agudo en estos tiempos. Según la Ministra de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Helena Haigthon, las muertes de mujeres en situación de violencia se han incrementado en un 7.4 respecto de años anteriores y ello es producto, coincido con ella, de la falta de políticas de prevención.

La muerte privada como problema político

Un entretejido cultural sostiene las violencias privadas sobre las mujeres y sólo una acción política estratégicamente dirigida desde múltiples sectores del Poder Estatal, será capaz de desentrañarla porque este tipo de violencias deben volverse una cuestión pública, para que sean políticas.

Las muertes sucesivas de mujeres en contextos de violencia no conforman un problema personal de las víctimas. Por el contrario son síntomas de un problema político propio de una sociedad que no alcanza a desmantelar los patrones jerárquicos que la organizan y las masculinidades violentas que la sustentan. Un postulado de lucha clave para el Feminismo ha sido sostener que lo personal, es político.

La politización de la esfera privada que se motorizó desde el Feminismo para instalar en la agenda temas de violencia de género, es la herramienta que necesitó el Estado para correr el velo de una esfera privada que el liberalismo[4] cultivó como intocable sin prestar atención al hecho de que, puertas adentro de los hogares, la igualdad jamás fue patrimonio de las mujeres. “Los mundos liberales separados de la vida privada y de la vida pública, están interrelacionados por una estructura patriarcal (…) La esfera doméstica está en el corazón de la vida civil, no es algo aparte o separado de ella”[5]. Este enfoque que permite politizar lo personal, la esfera doméstica, iluminó muchos aspectos desagradables de la vida privada, especialmente su violencia que, con demasiada frecuencia ha permanecido y permanece aún oculta.

Para Celia Amorós, la esfera doméstica es un enclave de naturalización, un reducto en donde están las cosas que a las mujeres nos unen a la naturaleza, como las emociones, los afectos y demás atributos que se les han adjudicado históricamente para justificar su exclusión de la esfera pública y su correlato, su inmovilización en el hogar[6]. Sin embargo, como problema de desigualdad, este fenómeno se halla sostenido dentro de un sistema político que se apoya en un entramado de relaciones sociales entre mujeres, entre varones y entre ambos: el Patriarcado[7].

Tal estructura patriarcal normaliza y formatea según su género roles jerárquicos entre las personas legitimando una socialización asimétrica entre ellas. Así, las mujeres son parte activa de la estructura básica de este patriarcado y no un simple recurso sobre el que actúan y al que utilizan los hombres. Se acepta fácilmente que los niños varones son muy brutos, y sobre los que no lo son, señala Osborne[8], recaen incluso sospechas de que no son tan hombres.

En cambio, cuando hablamos de mujeres, no sólo que la violencia no forma parte de la socialización femenina ni de la construcción lógica de su propia subjetividad, sino que en ellas se prevé todo lo contrario, fragilidad de carácter, dedicación a las tareas del hogar, cuidado de familiares y enfermos, maternidad como destino y por ende, valores arraigados fuertemente a un rol de entrega: el rol reproductor. Estos rasgos de personalidad identificados tempranamente con la asignación cultural de roles femeninos y masculinos, van formateando identidades que sedimentan, al interior del ámbito privado, estereotipos sexistas que luego habrán de servir de base para el asentamiento de una relación de jerarquía en la cual la mujer encarna un lugar de subordinación. Es esa multiplicidad de factores culturales, sociales y políticos sobre los que se asienta la desigualdad de género, la que abona la inferioridad de las mujeres volviéndolas presa fácil de hombres violentos.

Ocurre que las cifras crecen y pareciera que entre tanto buscar mujeres desparecidas o dictar órdenes de restricción de acercamiento, el Estado olvida que sin políticas de prevención que desarticulen esos patrones culturales desde la infancia temprana, esas cifras jamás bajarán.

Imaginario social que se inscribe con cruz y sangre

El imaginario social inscribe subjetivamente aquello que se espera de cada persona según su sexo, género, clase, etnia, edad y tantos otros rótulos que operan como condicionantes de muchas vidas.

Marcela Lagarde llama “sofisticada” a la violencia misógina actual por la sutileza con la que actúa. La utilización de dobles discursos y dobles prácticas por parte del Estado y sus Instituciones respecto de los compromisos contraídos en la lucha contra la violencia, el entrecruzamiento de la ilegalidad con la esfera civil como forma de control de los cuerpos[9] y las vidas; y la personificación, en los discursos religiosos y conservadores de las mujeres como eternas “pecadoras” y “culpables”, son connotaciones de la realidad que impulsan una cultura proclive a la aceptación y el fomento de violencia sexista[10].

Los discursos religiosos son claves en la construcción de masculinidades violentas hegemónicas y en femineidades subalternas. La falta de laicidad en la educación obstruye la interpelación desde la infancia temprana a patrones culturales de subordinación que se apoyan en la heteronormatividad como regla, la falta de libertad sobre los procesos reproductivos y la negación sistemática de la autonomía para el diseño de las biografías de las mujeres.

El panorama no difiere sustancialmente en el plano nacional donde se registra un avance significativo del clero católico sobre las políticas públicas relacionadas con los derechos de las mujeres. El control político sobre los cuerpos y las poblaciones es una manifestación de poder que permea en el orden social contemporáneo[11]. Señala Juan Marco Vaggione que:

Las religiones han sido y continúan siendo, al menos en occidente, un aspecto de ese poder ya que (entre otras cuestiones) naturalizan una matriz heteropatriarcal que estratifica cuerpos y deseos. Esta matriz, que anuda la sexualidad al matrimonio reproductivo y monogámico, también impacta en la construcción del derecho (secular) legitimando ciertas prácticas e identidades a la vez que margina o incluso criminaliza otras. Si bien la modernidad modificó de distintas maneras el poder religioso, éste sigue permeando las formas contemporáneas en que se regula la sexualidad y la reproducción[12].

Marcela ALONSO, Sol y Oro. Grabado con sol sobre película gráfica. 0,38 x 0,38 m. 2009.
La jerarquía católica es férrea opositora a los derechos de las mujeres. En general, se oponen abiertamente todos aquellos derechos que supongan emancipación y resistencia a la moral sexual eclesial. Ambos componentes forjan varios de los estereotipos sexistas que luego se cobrarán violentamente la tranquilidad, la salud y hasta la vida de las mujeres que se atreven a subvertirlos: la mujer “virgen”, la mujer “madre”, la mujer “sierva de la casa”, la mujer “dócil”, entre otros patrones culturales promovidos, están a su vez atravesados por la idea de “resignación cristiana” que invalida cualquier impulso para “correrse” del maltrato.

A la luz de esta política de incidencia solapada sobre los actos de gobierno, operan sectores conservadores –institucionalizados o no dentro de la Iglesia Católica- que se pronuncian públicamente en contra de lo que denominan “ideología de género”[13] y dificultan –cuando no anulan- la implementación de la educación sexual integral (ESI), buscan abierta y públicamente impedir el acceso de la población a métodos anticonceptivos[14] y consiguen, por ejemplo, que el Poder Ejecutivo Nacional bajo un paradigma de falsa “libertad religiosa” intente sellar un acuerdo para acrecentar la presencia clerical en la arena política y su consiguiente poder de disciplinar la vida de la población[15].

¿Y las muertas por aborto clandestino?

En todo el mundo, el 11 % de las muertes maternas se debe a complicaciones en los abortos y en América Latina ese porcentaje asciende al 13 %. Pero en la Argentina esa cifra sube aún más, al 20%. En efecto, mientras que Uruguay, Perú, Paraguay y Honduras cumplieron con el compromiso asumido en los Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM) con Naciones Unidas para bajar la mortalidad materna, Argentina no pudo hacerlo[16].

Según el Ministerio de Salud de la Nación, anualmente entre 370.000 y 522.000 mujeres interrumpen de forma clandestina un embarazo[17]. En 2012 murieron en nuestro país 33 mujeres a causa de embarazos terminados en aborto, dos de ellas eran adolescentes menores de 20 años y 7 jóvenes de entre 20 y 24 años. En 2013 murieron 43 y el 50% correspondió a mujeres de entre 15 a 29 años[18]. En 2015 las muertes por complicaciones por aborto treparon a 55, es decir un 18%. Más del 60% eran mujeres menores de 30 años[19].

Sin embargo, estos números no conmueven a los gobiernos y hasta pareciera que estas mujeres también están muertas en el olvido. Nuestros parlamentarios de los más variados colores políticos se niegan sistemáticamente a debatir el proyecto de la campaña nacional que busca legalizar el aborto. No importa lo que digan nuestras muertas, ni lo que decimos las vivas. Importa más transar la ciudadanía de las mujeres en una mesa electoral o en una misa de domingo, que saldar una deuda de la democracia que ya lleva diez años de lucha.

Salud y gobierno del cuerpo –sea individual o social, como ocurre cuando se interviene sanitariamente sobre la población- es un binomio exitoso en términos de control. Gobernar es administrar los conflictos, regular las confrontaciones, dirigir adversarios, articular vínculos, recomponer lazos y es también la estructuración de campos posibles de acción entre los actores sociales, unos respecto de otros[20]. Y agrego que gobernar el cuerpo de las mujeres es también indisponer en los hechos la provisión de un insumo anticonceptivo o la prestación sanitaria de salud sexual y reproductiva como lo hace nuestra provincia al no adherir a la ley 25.673. Gobernar el cuerpo de las mujeres es brindar información que no está basada en la evidencia. Gobernar el cuerpo de las mujeres es la falta de supervisión estatal sobre la planta de agentes estatales objetores/as de conciencia para impedir violen derechos de las pacientes. Gobernar el cuerpo de las mujeres es también la censura moral que permea –solapada o abiertamente- desde el personal de la salud la intimidad de la mujer y en general, gobernar el cuerpo de las mujeres es toda acción u omisión destinada a quitarles el dominio sobre sus cuerpos. Gobernar el cuerpo de las mujeres es también penalizar la decisión de abortar para reforzar el mandato de maternidad forzada.

Las muertas por aborto también deben estar en registradas junto a las demás víctimas, junto al resto de las mujeres que mueren por violencia. ¿O es que acaso la “biopolítica”[21] que le expropia los procesos reproductivos a las mujeres no debe dar cuenta oficialmente de estas muertes?

Conclusiones

Las cifras de la violencia nos “hablan”. Cada una de las muertas, las desaparecidas o las maltratadas nos habla de la desidia estatal para erradicar esta pandemia.

Una acción política efectiva para desmontar el andamiaje cultural de asimetría de poder desigualmente distribuido entre mujeres y varones en la conformación del orden social demanda erradicar masculinidades violentas y femineidades subordinadas como estereotipos. Pero por sobre todo, una política que tome el problema de la desigualdad de género como problema social y político debe “dinamitar” los cuatro pilares patriarcales que sostienen la violencia: división público/privado, división sexual del trabajo, democratización de los vínculos familiares y control de las mujeres sobre sus propios cuerpos.

Hasta tanto solamente habrá parches que tapan algunas zonas calientes, pero que descubren la inmensidad de todo aquello que no alcanzan a tapar.

Fuente: http://sinmiga.com/2017/07/29/la-violencia-contra-las-mujeres-un-asunto-de-vida-o-muerte/

[1] En Argentina las cifras de femicidio son más altas que en ciudad Juárez, en su peor momento. http://www.infobae.com/sociedad/2017/07/23/highton-de-nolasco-en-la-argentina-las-cifras-de-femicidios-son-mas-altas-que-en-ciudad-juarez-en-su-peor-momento/

[2] Embarazo precoz: alertan que el 15% de los partos es de madres menores de 19 años.

http://www.lanacion.com.ar/2041609-embarazo-precoz-alertan-que-el-15-de-los-partos-es-de-madres-menores-de-19

[3] Las mujeres , primeras víctimas del ajuste. https://www.pagina12.com.ar/50480-las-mujeres-primeras-victimas-del-ajuste

[4] El modelo neoliberal instaló entre el individuo y Estado una relación de igualdad formal eximiéndose, o en la intención de así hacerlo, de satisfacer cualquier necesidad particular que, como en el caso de las mujeres, no encuadre en el concepto universal que define la legitimidad de demandas propias del poder. Esta igualdad sustantiva homogeneiza a los individuos tanto como invisibiliza sus particularidades, e impide a las mujeres un punto de partida justo, situación a su vez que requiere del Estado políticas concretas y acciones positivas para reconocer y redistribuir poder advierte con razón que para la sociedad liberal, las necesidades de cada persona son concebidas en forma independiente de cualquier condición política o social inmediata, al margen de toda desigualdad estructural, casi desentendiéndose del contexto. DIETZ, Mary G (2001) “El contexto es lo que cuenta: feminismo y teorías de la ciudadanía” en Ciudadanía y feminismo. Feminismo y teoría identidad pública/privada. Pp. 2-20. México. IFE.

[5] PATEMAN, Carol (1996) Críticas feministas a la dicotomía público/privado en Perspectivas feministas en teoría política. Pag. 48 CASTELLS, Carmen (comp. ) Colección Estado y Sociedad. Paidós. Barcelona. p. 48

[6] AMORÓS, Celia Raquel (2009) Conceptuar es politizar en Género, Violencia y Derecho. LAURENZO, P.; MAQUEDA , M.L y RUBIO, A (Coord) DEL PUERTO. Bs.As.

[7] El Patriarcado como sistema de organización política se traduce socialmente en la institucionalización del dominio masculino sobre mujeres y niños/as en la familia y la extensión de ese dominio masculino sobre las mujeres, a la sociedad en general. LERNER, Gerda (1990) La creación del patriarcado. Crítica Historia y Teoría. España.

[8] OSBORNE, Raquel (2009), El poder del amor (o las formas sutiles de dominación patriarcal) en Género, Violencia y Derecho LAURENZO, P, MAQUEDA , M.L y RUBIO, A (Coord) DEL PUERTO. Bs. As. Argentina. Esta autora realiza un análisis de la forma en que, desde la infancia, son condicionados los estereotipos de género mediante la asignación de roles predeterminados a niñas y niños formateando sus rasgos de personalidad en orden a rasgos de personalidad esperables por la sociedad y cómo, esta construcción de una identidad temprana resulta el espacio propicio para creación de una jerarquía entre ambos sexos.

[9] Penalización del aborto voluntario.

[10] LAGARDE , y DE LOS RÍOS, Marcela (2011) Los cautiverios de las mujeres. p. 96. Horas y Horas. Madrid.

[11]Los distintos discursos de saber se originan por las distintas prácticas de poder y del micropoder, tales como el saber sobre la criminalidad, la infancia, el crecimiento demográfico, la frecuencia estadística. El objetivo de estos saberes no se orienta hacia el establecimiento de verdades científicas, sino hacia la legitimación del ejercicio del poder sobre las vidas y los cuerpos de las personas. También sobre la población entendida como “cuerpo”. FOUCAULT, Michael (1975) El orden del discurso. Tusquets, Barcelona.

[12] VAGGIONE, Juan Marco (2014) La politización de la sexualidad y los sentidos de lo religioso. Disponible en https://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/la-politizacic3b3n-de-la-sexualidad-y-los-sentidos-de-lo-religioso.pdf

[13] La ideología de género busca deconstruir el matrimonio y la familia. Disponible en http://www.infovaticana.com/2015/08/16/munilla-la-ideologia-de-genero-busca-la-deconstruccion-del-matrimonio-y-de-la-familia/

[14] La Iglesia en contra del implante anticonceptivo. Nota periodística publicada en el Diario El Tribuno del 6/08/2014. Disponible en http://www.eltribuno.info/la-iglesia-contra-del-implante-anticonceptivo-n431787

[15] El gobierno impulsa proyecto de libertad religiosa. Disponible en

http://www.lanacion.com.ar/2034472-el-gobierno-impulsa-una-ley-de-libertad-religiosa-y-regulara-la-objecion-de-conciencia . La libertad religiosa que promueve Cambiemos. Disponible en https://notasperiodismopopular.com.ar/2017/06/18/libertad-religiosa-promueve-cambiemos/

[16] En manos de los varones. Entrevista a Silvina Ramos y Mariana Romero, investigadoras de CEDES publicada en Página 12 del 6/02/2015. Disponible en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-9491-2015-02-06.html

[17] Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a interrumpir legalmente un embarazo. Insumo producido por el Ministerio de Salud de la Nación. Disponible en http://www.msal.gob.ar/images/stories/bes/graficos/0000000690cnt-Protocolo%20ILE%20Web.pdf

[18] Datos de la Dirección de Estadísticas en Salud. Información disponible en http://deis.msal.gov.ar/

[19] Datos de la Dirección de Estadísticas en Salud. Información disponible en http://www.deis.msal.gov.ar/wp-content/uploads/2016/12/Serie5Numero59.pdf

[20] AGAMBEN, Giorgio (1998) Homo Sacer: El poder soberano y la nuda vida. Pretextos. Valencia.

[21] Michel Foucault empezó por sacudir los fundamentos de la teoría política de la soberanía con su noción disciplinaria y ahondó sobre la práctica del poder sobre el individuo y su cuerpo como una forma de “disciplinar”. Más adelante complementó su idea acerca de esta disciplina sobre el cuerpo, con la idea del biopoder y la biopolítica. El aspecto novedoso introducido en el análisis del poder por medio de la noción de biopolítica es que ésta no lidia más con la sociedad (como cuerpo judicial definido por leyes emanadas de un contrato), ni tampoco con el cuerpo individual. Lo que emerge es la introducción del biopoder como una práctica en donde es el cuerpo social el objeto de gobierno. La definición de biopoder y disciplina están interrelacionados con un análisis acerca de las implicaciones de aplicar el conocimiento a través de toda la sociedad para “moldear” las subjetividades. FOUCAULT, Michel (2014) Las Redes del Poder. Prometeo Libros. Bs. As.