El mito del Síndrome Post Aborto
Escuchamos de forma recurrente, cuando alguien quiere argumentar en contra de la decisión de una mujer de interrumpir un embarazo, que realizarse un aborto tiene consecuencias terribles y permanentes en la salud mental de esa mujer y en su vida
Por Lic. Fernanda Mónaco*
Como primera desmitificación es necesario explicitar que en salud mental las generalizaciones no son posibles y que esta aseveración del orden de la certeza no se sustenta en evidencia clínica, ni en marco teórico alguno.
El trabajo de 20 años con mujeres, la clínica de la escucha de sus historias singulares, de sus realidades y padecimientos nos lleva a poder pensar que no es tal vez la decisión de interrumpir un embarazo lo que puede devenir en marcas (huellas) traumáticas en el psiquismo de una mujer, sino el contexto en que dicha decisión se pone en práctica y se materializa, siempre desde la ilegalidad y la clandestinidad y por esto mismo muchas veces en soledad.
Las decisiones de no llevar adelante un embarazo son múltiples y solo cobran significación en el contexto del proyecto de vida de cada mujer y en su historia que siempre será única, singular. Nos permitimos pensar que las huellas que pueden inscribirse como vivencias traumáticas emergen de la clandestinidad, de la soledad y el ocultamiento en que los abortos se realizan; de los tratos indignos y perversos que la ilegalidad propicia en el seno mismo del sistema de salud, del sistema jurídico y de la sociedad.
Y también del juzgamiento social y moral que despierta la decisión de abortar de una mujer tomada en función de la construcción de su propio proyecto de vida, y no desde el “deber ser” de los mandatos patriarcales.
En este escenario se gestan las condiciones para que pueda emerger el sentimiento de culpa que deviene y que se asocia de manera simplista a la decisión de interrumpir un embarazo, vinculándose más bien a no poder “adecuar” el deseo y la autonomía subjetiva a la imposición de una maternidad como destino fijo a la esencia y construcción de lo femenino.
Sin dudas pensar a una mujer que lleva adelante un proyecto impuesto y no decidido con cierto grado de autodeterminación (como es llevar a término un embarazo no planificado ni aceptado) puede devenir en consecuencias diversas en su salud mental, es lo que después se escucha en los espacios clínicos como síntomas emergentes y asociados a ese momento singular de la historia.
Pensemos que el embarazo se inscribe en lo real del cuerpo, implicando transformaciones y cambios a nivel corporal, y al mismo tiempo es un proceso de inscripción simbólica en el psiquismo para poder significar esa representación física y a su producto como un hijo o no) en la trama vincular. Estos procesos no son una ecuación matemática, si una ecuación simbólica, y no siempre esa ecuación simbólica puede llevarse a cabo de forma cerrada y acabada, es decir, la capacidad biológica de gestar no tiene un correlato automático con la significación simbólica de ese proceso.
Ahora pensemos en los costos psíquicos que puede tener obligar a una mujer a transitar un proceso físico de embarazo en su cuerpo sin que pueda inscribirlo en su proyecto de vida y en la trama relacional de sus vínculos como hijo. Pensemos también lo que puede implicar para una mujer decidir no continuar con dicho embarazo, en un contexto de clandestinidad, de no legalidad poniéndose en riesgo físicamente o arriesgándose a perder su libertad como les ha pasado a algunas mujeres en nuestro país, dejando así ser un fantasma para convertirse en una amenaza real y posible: la muerte o la condena como destinos amenazantes.
Entonces cabe que nos permitamos pensar, desde los espacios clínicos sobre todo, si los síntomas, la culpa, las manifestaciones somáticas que emergen con posterioridad a la decisión de interrumpir un embarazo ¿se presentarían con las mismas formas en un contexto de contención, acompañamiento y seguridad para las mujeres propiciado por un marco de legalidad sostenido por el Estado?